Noche blanca
Ayer viernes 13, aparte de ser día de pelis de terror, fue la noche blanca en Copenhague.
Una noche blanca consiste en una noche para vivirla en la calle, auspiciada por las autoridades de la ciudad. En concreto, en Copenhague, la noche blanca contempla que las tiendas tengan horarios extendidos, con ofertas especiales para esa noche. Que los museos abran en horario de bar de copas, y haya visitas a edificios oficiales que habitualmente no estan abiertos al público. Conciertos de música gospel, fiestas de disfraces... Pero sobre todo, sobre todo, todos los garitos tienen fiestas temáticas debido a la noche especial.
Tuvimos dos posibilidades, aunque nos llegaron muy tarde y aprovechamos la que nos resultaba más cómoda a efectos de tiempo, fue una fiesta de los 50, y una invitación a una discoteca con barra libre hasta las 00.00h. Habíamos quedado a cenar de nuevo los becarios, otra vez fue una cena fenomenal (quizá los mejores momentos hasta ahora en Copenhague los haya pasado con ellos), pero para nuestros planes se alargó demasiado.
¡Ah el destino!.
Mi recién adquirida bici (¡¡Sí, ya tengo bici!!) se estropeó al pasar por delante de la tienda donde la compré. Se le salió la cadena y me costó un rato arreglarla, y es que hace más de 14 años que no montaba en bici (ciertas partes de mi anatomía me lo están recordando hoy), y por supuesto, que no las arreglaba.
Pero si pensabais que esto era todo, os equivocais: una vez en la estación central cogimos un autobús (si, la discoteca de marras estaba en la ciudad, pero recordar que no todos tenemos bici todavía, y además la mía estaba de mírame y no me toques) y nos dirigimos a la discoteca de marras. Tengo que decir que en los alrededores del Tívoli la catidad de gente es similar a la de la salida de un estadio de fútbol cuando termina un partido, es decir, prácticamente hay tanta gente que no se cabe en las aceras...
Nos bajamos del autobús y nos encontramos otra vez perdidos. Otra vez gracias a nuestra eterna intérprete (a ver cuándo Rafa y yo dejamos de ser sin papeles y podemos apuntarnos a clases de danés, para que entendamos lo suficiente para preguntar por calles o entender los carteles del supermercado) pudimos reorientar la marcha y, dos horas después de salir, llegamos a nuestro destino, que solo estaba a unos 3,5 km.
Allí tengo que destacar varias cosas: el guardarropa es obligatorio. Es cosa extraña ya que aunque en Madrid si hay algunos sitios con guardarropa, no suele ser obligatorio pasar por caja a abonar el "impuesto revolucionario". Ya sabeis que yo de alcohol nada, pero el comentario al respecto fue unánime: no valen la pena las copas en Copenhague (esto tendrá que ver con el gran éxito de la cerveza aquí, la Tuborg Clásica). Y por supuesto, no puedo olvidarme de lo mejor: los tipos que van recogiendo las copas, que yo les tengo grabados en Madrid con cajas paseando entre la gente, aquí son verdaderos cracks. Llevaban columnas de copas (unas diez-quince) que sujetaban con una mano a la altura de la cintura, añadiendo copas encima con la otra mano, y cuya parte más alta superaba la cabeza del tipo... ¡¡¡¡¡Incluso uno de ellos vimos que llevaba tres columnas a la vez!!!!!. ¡Lástima de cámara!
Hoy toca colada...
Ayer viernes 13, aparte de ser día de pelis de terror, fue la noche blanca en Copenhague.
Una noche blanca consiste en una noche para vivirla en la calle, auspiciada por las autoridades de la ciudad. En concreto, en Copenhague, la noche blanca contempla que las tiendas tengan horarios extendidos, con ofertas especiales para esa noche. Que los museos abran en horario de bar de copas, y haya visitas a edificios oficiales que habitualmente no estan abiertos al público. Conciertos de música gospel, fiestas de disfraces... Pero sobre todo, sobre todo, todos los garitos tienen fiestas temáticas debido a la noche especial.
Tuvimos dos posibilidades, aunque nos llegaron muy tarde y aprovechamos la que nos resultaba más cómoda a efectos de tiempo, fue una fiesta de los 50, y una invitación a una discoteca con barra libre hasta las 00.00h. Habíamos quedado a cenar de nuevo los becarios, otra vez fue una cena fenomenal (quizá los mejores momentos hasta ahora en Copenhague los haya pasado con ellos), pero para nuestros planes se alargó demasiado.
¡Ah el destino!.
Mi recién adquirida bici (¡¡Sí, ya tengo bici!!) se estropeó al pasar por delante de la tienda donde la compré. Se le salió la cadena y me costó un rato arreglarla, y es que hace más de 14 años que no montaba en bici (ciertas partes de mi anatomía me lo están recordando hoy), y por supuesto, que no las arreglaba.
Pero si pensabais que esto era todo, os equivocais: una vez en la estación central cogimos un autobús (si, la discoteca de marras estaba en la ciudad, pero recordar que no todos tenemos bici todavía, y además la mía estaba de mírame y no me toques) y nos dirigimos a la discoteca de marras. Tengo que decir que en los alrededores del Tívoli la catidad de gente es similar a la de la salida de un estadio de fútbol cuando termina un partido, es decir, prácticamente hay tanta gente que no se cabe en las aceras...
Nos bajamos del autobús y nos encontramos otra vez perdidos. Otra vez gracias a nuestra eterna intérprete (a ver cuándo Rafa y yo dejamos de ser sin papeles y podemos apuntarnos a clases de danés, para que entendamos lo suficiente para preguntar por calles o entender los carteles del supermercado) pudimos reorientar la marcha y, dos horas después de salir, llegamos a nuestro destino, que solo estaba a unos 3,5 km.
Allí tengo que destacar varias cosas: el guardarropa es obligatorio. Es cosa extraña ya que aunque en Madrid si hay algunos sitios con guardarropa, no suele ser obligatorio pasar por caja a abonar el "impuesto revolucionario". Ya sabeis que yo de alcohol nada, pero el comentario al respecto fue unánime: no valen la pena las copas en Copenhague (esto tendrá que ver con el gran éxito de la cerveza aquí, la Tuborg Clásica). Y por supuesto, no puedo olvidarme de lo mejor: los tipos que van recogiendo las copas, que yo les tengo grabados en Madrid con cajas paseando entre la gente, aquí son verdaderos cracks. Llevaban columnas de copas (unas diez-quince) que sujetaban con una mano a la altura de la cintura, añadiendo copas encima con la otra mano, y cuya parte más alta superaba la cabeza del tipo... ¡¡¡¡¡Incluso uno de ellos vimos que llevaba tres columnas a la vez!!!!!. ¡Lástima de cámara!
Hoy toca colada...
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